La Revolución Industrial: semilla para la actual economía mundial

por | Dic 8, 2020 | Artículos | 0 Comentarios

Artículo escrito por Javier Olivares Coca (Senior Consultant – Interim Manager en TuComex)

 

La Revolución Industrial en la Inglaterra de finales del siglo XVIII es la mecha que enciende los cambios demográficos y económicos que conllevarán, algunas décadas después, a la internacionalización actual de la economía. La causa inicial radica en el objetivo que su propio gobierno tenía para el país. Los británicos llevaban décadas disfrutando de una monarquía parlamentaria que, sin ser perfecta, permitía que las clases medias urbanas y rurales -que son, a la postre, las generadoras de la economía a lo largo y ancho del planeta- formaran parte de los órganos de gobernanza del país. Justo lo contrario de lo que ocurría con las monarquías absolutistas de las potencias continentales vecinas.

Los cambios introducidos en la legislación de la gestión de la tierra crearon un círculo virtuoso de optimización de los recursos: las leyes de cercamientos de finales del siglo XVIII permitieron la optimización de la producción agrícola con la aplicación de sistemas de rotación que incrementaron las cosechas. Al mismo tiempo, la imposibilidad de pastar los ganados por los campos abiertos obligó a la creación de sistemas de optimización de la producción agrícola para alimentar a la ganadería, lo que creó una mayor productividad de la actividad ganadera. Los animales producían además abono que, aplicado al campo, aumentaba la productividad de la agricultura británica.

El excedente de mano de obra del campo -campesinos pobres- se desplazó a las ciudades, en las que se ponía al servicio de la incipiente y cada vez más demandante industria. El Reino Unido había promovido la libertad comercial, eliminando monopolios. La liberalización de la agricultura, la libertad económica y la incentivación de la iniciativa privada favorecieron el avance de la economía británica. La mayor producción de hilo, unida a la aplicación de la energía generada por la máquina de vapor, facilitó el desarrollo de la industria textil algodonera. Empezó la industria textil, después la siderúrgica, y después la minería y los transportes, retroalimentándose las unas a las otras.

La alta natalidad generada por el adelantamiento de la edad para casarse, sumada al descenso de la mortalidad por la mejora de la producción agraria -y por ende de la dieta-, de los transportes y los avances de la medicina y la higiene, convierten a Gran Bretaña, la pequeña isla abierta a los vientos del mar del Norte, pobre en recursos naturales y hasta entonces poco poblada, en la fábrica del mundo.

Las máquinas de hilar necesitaban energía, y en 1769 se inventó la máquina de vapor, que permitió usar la fuerza del vapor para mover las hiladoras y los telares. El carbón, cuantioso en la cuenca mineral del norte de Inglaterra, se convirtió en la fuente de energía por excelencia. Su uso se extendió a los transportes, especialmente al ferrocarril y a la navegación marítima, apareciendo los primeros barcos a vapor, abaratándose la movilidad de los bienes elaborados y el aprovisionamiento de las materias primas que, por primera vez, requirieron ser importadas en masa para satisfacer las necesidades de la insaciable industria textil. La elevada productividad hizo que los precios del textil bajaran drásticamente y comenzaron a crearse excedentes de producción que los ingleses empezaron a exportar. La independencia de las colonias españolas y portuguesas a principios del siglo XIX creó nuevos mercados para las fábricas inglesas, que paliaron la pérdida de los Estados Unidos como colonia del Imperio Británico. El Reino Unido se convirtió así en la primera potencia marítima y comercial.

La industria necesita una red de distribución. Primero se desarrolló en Gran Bretaña una red de canales que unían los centros productores con las zonas industriales. Se empezaron a renovar las carreteras y caminos con una red radial adoquinada en torno a Londres, inicialmente privadas y de peaje. El ferrocarril fue sustituyendo gradualmente a los canales. En 1825 se inauguró la primera locomotora a vapor, lo que generó un efecto multiplicador en la economía británica: se desarrolló la ingeniería civil para diseñar trazados, se acortó el tiempo de desplazamiento y se abarató el precio de las materias primas y los productos manufacturados. Se crearon sociedades de capital para acometer las inversiones de construcción de carreteras y líneas de ferrocarril, reinvirtiendo el capital en las empresas. El Banco de Inglaterra prestaba dinero y se generaron bancos privados, inicialmente familiares pero que gradualmente fueron la unión de varias fortunas, creando las sociedades anónimas que comenzaron a cotizar en la Bolsa de Londres, todavía hoy la primera plaza financiera del mundo.

Se crearon así las bases de un incipiente comercio exterior y de una internacionalización de la economía, tal y como los conocemos hoy en día, con la pequeña isla a merced de los vientos del mar del Norte como epicentro y motor de la nueva era.

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